Está sensiblemente más apaciguado que cuando ejercía responsabilidades políticas de primera magnitud; es una impresión intelectual, pero también una apreciación física: la expresión de su rostro aparece más relajada y no tiene, ni en las formas ni en el diálogo, la aceleración que era tan propia de él en tiempos no tan lejanos. Pero sería insensato engañarse: a poco que se llama su atención despierta el Manuel Fraga Iribarne de toda la vida.
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