El envejecimiento humano es un fenómeno universal e irreversible, está asociado a la pérdida de las funciones neuromusculares como la musculoesquelética, debido a los cambios en la composición de la morfología corporal. “Actualmente, alrededor del 7 % de la población mundial es de 65 años en adelante. En los países desarrollados, este porcentaje es aún mayor (15 %) y continúa creciendo.” (Landinez et al., 2012, p. 563). Este proceso “se acompaña de la disminución de las capacidades de reserva del organismo, las cuales responden tanto a factores fisiológicos como patológicos (alteraciones del equilibrio, postura, marcha, disminución de la fuerza muscular, déficit sensorial, visual y auditivo)” (Organización Panamercana de la Salud/Organización Mundial de la Salud, 2002, p. 100).Lo anterior tiene como repercusión distintas implicaciones funcionales, tales como disminución en la velocidad al caminar, aumento del riesgo de caídas y una reducción de la capacidad para llevar a cabo las actividades de la vida diaria (AVD), empeorando así su calidad de vida. (Landinez et al., 2012, p. 563)Es aquí donde entra en juego el papel de la Fisioterapia como medio de intervención directa, debido a que no solo se ocupa de “aspectos relacionados con la asistencia sanitaria sino también de la educación para la salud” (Thuy, 2008, párr. 2); de igual manera, en la prevención de enfermedades y el tratamiento de las mismas mediante diferentes estrategias que se fomenten durante la realización del ejercicio físico, la higiene postural y la autonomía de cada persona.
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