La semana pasada, los italianos se quedaron estupefactos ante la noticia protagonizada por una niña de 13 años. Beatrice Fuca, a quien un incurable cáncer de garganta había llevado al estado de coma, después de una hora declarada oficialmente muerta, de repente abrió los ojos y habló. "Vengo de un sitio bellísimo, he visto un país maravilloso", dijo con voz cansada al sorprendido médico que había certificado su muerte. Y a continuación: "¿dónde están papá y mamá? Diles que vengan...". Y la niña repitió a sus padres su maravilloso e increíble relato. Obediente ante los ruegos para que cerrara otra vez los ojos y descansara, Beatrice volvió a dormirse, esta vez, para siempre. Es el caso de actualidad. Pero no es el único. Ni siquiera se trata de un caso aislado. Un fatal accidente, un paro cardíaco, un encefalograma plano... Donde el hombre cree que todo se ha acabado, comienza una vida nueva. Una vida distinta después de la vida, que algunos identifican con el más allá, y otros con el mero tránsito hacia la muerte. Lo cierto es que ya no son ni centenares, sino miles los casos estudiados en el mundo, de enfermos que regresan de sus estados de coma y relatan similares experiencias extrasensoriales: una separación del "yo" respecto del cuerpo inerte, una primera oscuridad, un esperanzado viaje a través de un túnel, un encuentro con una luz resplandeciente, con unos seres queridos, con una divinidad; en definitiva, un encuentro con la felicidad. La muerte es placentera; lo dicen también muchos españoles.
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