El año 1986 fue, hemos de repetirlo, para que queden claras las cosas, un año electoral. A los políticos deben exigirles los ciudadanos que olviden eso a la hora de legislar, pero es evidente que sólo los ingenuos pueden creer que van a hacer caso. Por eso, en un año electoral, el que prefiere ser político a estadista procura dejar que aún los problemas más arduos resulten enmascarados con alegres vestiduras.
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