“El punto de partida de toda reflexión sobre la discapacidad radica en los principios fundamentales de la antropología cristiana: la persona con discapacidad, aunque se encuentre debilitada en sus capacidades físicas, sensoriales o intelectuales, es un ser humano, con los derechos sagrados e inalienables propios de todo ser humano, independientemente de las condiciones en las que se desarrolla su vida y de las capacidades que puede expresar, posee una dignidad única y un valor singular desde el inicio de su existencia hasta el momento de la muerte natural” (San Juan Pablo II, Vaticano, 5 de enero de 2004).
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