Acaba de inaugurarse el curso universitario. Viejos ritos que llegan a la Edad Media, han servido para que, con una vanguardia de brillantes y coloridas mucetas, con severas togas negras alegradas por los blancos vuelillos de encaje, con medallas y birretes, la comitiva académica se pusiese en marcha. Después, llega la rutina de las aulas, la visita a las bibliotecas, la labor a veces tediosa en los laboratorios para que, con la frontera del verano de 1987, la Universidad española rinda ante la sociedad el fruto del esfuerzo que ahora se inicia.
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