El invierno ha sido duro en Viena y los primeros días de la primavera han resultado esplendorosos. El Danubio está azul y el aire, esclarecido. La noria del Prater compone una estampa vienesa rutilante. Los pájaros de Viena son como los vieneses: nerviosos, atrevidos y devotos de la música. Por una vez, en esta Viena que rezuma melodía, y que es la capital europea de la música, no hemos hablado con Plácido Domingo casi nada más que de política. El gran tenor llega, sin afeitar, entre dos aviones, de París y Roma. Hablamos por la noche. Al día siguiente es la víspera de su actuación en el Teatro de la Ópera de Viena y debe estar callado. El tema de conversación tuvo un solo tono predominante: la pasión política que, súbitamente, ha embargado a este madrileño famoso por su voz.
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