En el siglo XIX y hasta 1931 la monarquía en España fue incompatible con el liberalismo representativo y con la democracia. Solo la Constitución de 1868 habría permitido conciliar monarquía y democracia, pero la abdicación de Amadeo I frustró esa posibilidad. Sin embargo, la Constitución de 1978, donde por vez primera el rey ha dejado de ser un poder del Estado y que además fue aprobada por partidos conservadores y progresistas, ha permitido conciliar monarquía y democracia bajo la fórmula de la monarquía parlamentaria. Esta conciliación es plena, a pesar de que algunas voces tratan de extraer de la expresión constitucional «arbitra y modera» consecuencias inapropiadas para una monarquía parlamentaria.
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