Hacerse con la moviola que reproduce y da vida al Alfonso Guerra que fue, es una aventura casi igualable a la que -eso sí, con más fantasía- nos contaba Spielberg en la búsqueda del arca perdida. Con una diferencia, el explorador de la película siempre encontraba a su paso un obstáculo que sortear. En Sevilla, sin embargo, ha dejado una senda de algodonosas, amables y complacientes pistas que aún más hoy -en días de movida electoral- emborronan ¿intencionadamente? las huellas que fue dejando en sus años de anonimato.
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