Durante dos siglos la Cristiandad buscó en Asia un misterioso reino gobernado por un poderoso rey–sacerdote para que ayudara en la desesperada lucha contra los infieles. Cuando se supo que no había ningún reino de estas características en las tierras de Oriente, el reino del Preste Juan no desapareció de la imaginación y el anhelo de los reinos europeos.
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