Una ardilla ya no pude atravesar la Península saltando de árbol en árbol, como en tiempos de Estrabón, pero aún quedan tejos milenarios, encinas, castaños y robles inmensos, donde podría brincar toda una semana sin repetir rama. También hay árboles exóticos y existe incluso un auténtico bosque de secuoyas que vive tan alegremente en Cabezón de la Sal, como si Cantabria fuera la soleada California.
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