Parece imposible. En Suecia no pasan estas cosas. Eso es, al menos, lo que creíamos hasta la noche del pasado viernes cuando los teletipos empezaron a vomitar la noticia del asesinato de Olof Palme, el primer ministro sueco, en pleno centro de Estocolmo. Todo un mundo, un símbolo de desarrollo se venía abajo. En el "Estado del bienestar" también se producen magnicidios.
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