México
Es un hecho que la influencia y el impacto político-cultural del trumpismo ha sido fuerte en algunos sectores de la sociedad estadunidense, así como en la política mundial también. Su ruido ha resonado tanto en política interna como externa y sus ramificaciones permean la política política y la política electoral estadunidense. Esto incluye temas como la migración el comercio internacional y bilateral, la lucha contra el crimen organizado y el trasiego de drogas sintéticas. En todo caso, vivimos tiempos vandálicos en la política. Tiempos de disrupción. Lo que sorprende más, es que este vandalismo provenga del corazón mismo de los sistemas políticos. No siendo esto nuevo, sí es novedoso el hecho de que se esté haciendo de la manera en cómo lo estamos padeciendo. Si miramos el trumpismo y sus nefastas secuelas, concluimos que este vandalismo ha sido ejecutado y animado por actores políticos nada democráticos, que se instalan en el poder con la idea de perpetuar un concepto arcaico de acción política, más cerca del barbarismo narrativo y práctico que de la civilidad política que demanda la democracia. El modelo que siguen, indistintamente de la ideología en detenten, es autocrático. Es decir, autoritario y personalista, y con enormes expectativas autoritarias y tiránicas: se trata de liderazgos que se valen de la democracia para, una vez en el poder, hacerla retroceder en el tiempo de la política moderna. Se trata de un vandalismo operado desde el poder del Estado, tal y como pudimos atestiguarlo cuando las hordas trumpistas irrumpieron con violencia inusitada en el seno mismo del poder legislativo de EU el 6 de enero de 2021, razón por la cual hoy Donald Trump está siendo juzgado por una corte federal.
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