Por los años que precedieron a la Revolución de Mayo, en Buenos Aires, Montevideo y hasta la conservadora Córdoba, ciertos elementos de la vida diaria, vinculados a escenarios, conversaciones y comportamientos nuevos, son síntomas y a la par agentes de cambios en la esfera política. Una moda más sencilla tiende a liberar el cuerpo de un estilo acartonado; la posibilidad de defender jurídicamente los matrimonios deseados u oponerse a los impuestos apunta a una libertad de cuerpo y alma; el intercambio de ideas, empezando a incluir los gobiernos europeos, el local y aun la temática religiosa, anuncia una incipiente libertad de expresión y, asimismo, una libertad de conciencia, nacida más de la tolerancia que de la irreligión. La presencia del “otro” —especialmente franceses e ingleses detenidos largas temporadas en los puertosinvita a preguntarse por el “nosotros”, variable durante la crisis prerrevolucionaria, así no cambie el escenario natural, que se reviste de color local. No por casualidad, en plena Revolución, el Himno Nacional invoca triplemente a la “libertad” y presenta al “gran pueblo argentino” saludado por los extranjeros amigos encarnados en “los libres del mundo”.
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