Desde 2013, más de 16.000 fallecidos han sido contabilizados en el Mediterráneo, sin contar los desaparecidos que no quedan reflejados en las estadísticas.
Si bien el salvar vidas ha estado en boca de todos, lo que ha cambiado en poco tiempo es el cómo.
El naufragio ante las costas de Lampedusa cambió la política y las políticas. Desde ese mismo día, la necesidad de salvar vidas se convirtió en una prioridad.
La Operación Mare Nostrum del Gobierno italiano representó un salto cuantitativo más que cualitativo. Lo que cambió substancialmente fue el debate público, cuyo foco pasó del miedo a la inmigración irregular a la necesidad de salvar vidas.
Si en 2015 las ONG realizaban un 14% de los rescates en la ruta central del Mediterráneo, en 2017 este porcentaje superó el 40%.
En los últimos años, el Mediterráneo se ha convertido en un espectáculo de la frontera: obra teatralizada que se despliega a golpe de crisis, a golpe de foto y a golpe de declaraciones políticas.
Es en los países de origen y tránsito donde los estados europeos escapan del control de su propia ciudadanía y de sus propias leyes. Ahí no hay disputa ni responsabilidad legal.
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