Las interpretaciones sobre la organización social de las sociedades prehistóricas, y en concreto sobre la igualdad o el origen de la desigualdad en las comunidades neolíticas, se han escrito durante muchos años bajo el paraguas de las diferencias que se apreciaban en determinados contextos arqueológicos como los enterramientos o el tamaño y la forma de las casas. A menudo muchas de esas propuestas no nacían desde una visión interdisciplinar, desde la valoración de una multiplicidad de análisis, sino a partir de afirmaciones subjetivas, no demostradas, donde primaba el “me parece que hay o no desigualdades en tal o cual comunidad”. En los últimos años, aquella idea idílica de que los pueblos del Paleolítico-Mesolítico y el Neolítico eran igualitarias, se está poniendo en cuestionamiento e incluso refutando. Ello es consecuencia de las mejoras en las técnicas arqueológicas empleadas y al registro más cuidadoso de los restos encontrados, de la puesta en marcha de nuevos análisis –muchos de ellos llegados desde otras disciplinas como la biología, la química o la genética–, de la realización de estudios estadísticos cada vez más complejos y de propuestas donde se aglutinan y cruzan múltiples datos.
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