Aunque la barbarie hace años que campa en el entorno del Estado de Israel, siempre nos sorprende con un grado creciente de brutalidad. Sabíamos que Gaza era algo parecido a los guetos creados por los nazis, que el trato a los palestinos era el del apartheid, o el de las reservas indias de Norteamérica. Sabíamos de las continuas violaciones de derechos humanos, de las ocupaciones ilegales de tierras… Todo esto ha formado parte de la vida cotidiana de los palestinos. Pero la respuesta del Gobierno israelí a la brutal acción de Hamás nos sitúa directamente en el terreno de la solución final. Porque dejar sin suministros básicos de todo tipo a una población ―que, además, no tiene posibilidad de escapatoria― implica someterla a condiciones parecidas a las que regían en los campos de concentración nazis, donde la mayoría de gente moría por inanición, agotamiento y enfermedad. Tampoco esto nos sorprende; la élite política y militar israelí hace tiempo que ha perdido todo sentimiento de humanidad frente a la población palestina, aupada por sus importantes apoyos internacionales y autojustificada por su pasado de pogromos y la Shoah.
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