Tradicionalmente asimilados al mundo de la domesticidad, los porteros de edificios aspiran a hacer su trabajo, y solo su trabajo. Todo un reto para una profesión en declive, feminizada y escasamente sindicada, a la que cada vez se le piden más cosas: estar a disposición de los copropietarios en los barrios de clase alta, prestar apoyo social y mantener el orden en las periferias populares.
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