Barcelona, España
Tengo la sensación –sensación que es fácil de demostrar y argumentar con abundantes datos- que el nivel de conocimientos sobre lo que pasa en el aula cuando se enseña y se aprende historia es alto y, desde luego, es mucho mayor que el que teníamos hace quince o veinte años. La investigación didáctica ha aumentado cuantitativa y cualitativamente tanto en relación con el profesorado y la enseñanza como en relación con el alumnado y su aprendizaje o en relación con el currículo y los contenidos a enseñar (Henríquez/Pagès: 2004). ¿Qué está ocurriendo pues para que la realidad de esta enseñanza no cambie ni se transforme más rápidamente aplicando los descubrimientos de la investigación? ¿Por qué los descubrimientos, las sugerencias, las ideas, de la investigación no llegan a la práctica, no se incorporan en los textos curriculares, en los libros de texto ni en las prácticas del profesorado? Nos cuesta mucho tanto a los políticos, como a los administradores del currículo, a los autores de libros de texto, a los didactas y al profesorado en general llevar a la práctica aquello que la investigación nos dice que tal vez sería conveniente cambiar si queremos transformar la práctica de la enseñanza y el aprendizaje de la historia. Por muchas razones no queremos, no podemos o no sabemos como hacerlo y, a veces, ni siquiera queremos aprenderlo.
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