Han pasado cien años desde la publicación, en 1923, de Historia y conciencia de clase, de György Lukács, y me parecen nada, como me parece nada el tiempo transcurrido desde que descubrí, a finales de los años sesenta, la que resultó ser una de las obras más controvertidas, pero también más influyentes, del marxismo del siglo XX. Su carácter extraordinario provenía del hecho de que en ese texto el joven Lukács había condensado elementos de su reflexión común con Rosa Luxemburg —la dialéctica del movimiento y la finalidad, la conciencia un lugar privilegiado de maduración, la praxis como instrumento primordialmente educativo— en una teoría de la historia y la sociedad como totalidad construida en torno a la generalización de la “forma mercancía” (cuya conceptualización también influyó en Ser y Tiempo de Heidegger) y los procesos de “fetichización”, “cosificación” y “alienación” que se habían derivado de ella, otorgando un protagonismo crucial a los elementos superestructurales sobre los estructurales y haciendo saltar por los aires la propia distinción entre estructura y superestructura.
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