Cuando se trata de hechos rigurosamente contemporáneos, el historiador que los describe se convierte, alguna vez, en testigo. Es lo que hizo Tucídides en la guerra del Peloponeso, cuya historia inmortal escribió después de participar en ella, desventuradamente; es el caso de Julio César que escribía -con un formidable sentido de la manipulación- sobre las guerras que acababa de ganar, o que incluso estaba librando sus famosos Commentarii.
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