Laura Méndez y Manuel Acuña, poetas decimonónicos, mantuvieron un vínculo amoroso apenas insinuado en los canónicos manuales de las letras mexicanas. La relevancia de un examen de ese asunto privado consiste en que su índole ilícita parece haber influido en la recepción literaria de ambos escritores, propiciando alrededor de ella un mutismo posterior, destinado a no empañar su laboriosa vida creativa e institucional; y favoreciendo para él la instauración de un mito romántico que lo ligaba a otra mujer. Esa historia, la otra, la oficial, palidece ante la crudeza de la casi olvidada relación entre Méndez y Acuña, idilio que, por cierto, involucra a toda una generación creativa mexicana.
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