El cristianismo dentro de las fronteras del imperio romano se nos presenta como un fenómeno urbano, pero la ciudad tiene un territorio, no siempre fácil de determinar, vinculado religiosamente con esta. El declive de la ciudad potencia el campo también desde el punto de vista religioso. Esto queda evidenciado por las abundantes referencias a las iglesias rurales que hay en los concilios hispano-romanos y visigóticos. Aunque los concilios sean urbanos estos reflejan una intensa actividad cristiana en el mundo rural, siendo la gran expansión fuera de las ciudades en los siglos VI y VII.
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