Imagínese un puchero hirviendo a presión durante unos cuantos años. Imagínese que de repente alguien destapa la olla, así, sin avisar, a tope. El agua, todo lo que contenía el recipiente, sale despedido lo más lejos posible. Eso es lo que ha pasado en Gibraltar. Los llanitos se han visto de la noche a la mañana con que el Gobierno español les ha abierto la puerta -la mítica verja- de par en par.
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