Carolina Martínez López, Ramon Girona
Este artículo se encuadra en la dimensión inmersiva del, cada vez más en boga, diálogo entre teatro y cine; un diálogo que, en realidad, se remonta a los inicios del medio cinematográfico y que se ha prolongado hasta nuestros días en forma de todo tipo de experimentos que han ido incorporando las técnicas y tecnologías de cada época. Un punto de inflexión clave en esta relación tendrá lugar en la alemana República de Weimar, un contexto sociopolítico muy concreto que hará que el uso de la imagen cinematográfica en la escena y su vocación inmersiva adquieran tintes revolucionarios, siendo el director Erwin Piscator quien sistematice el uso de la película como elemento cohesionador en un ideal de teatro total profundamente ligado a las vanguardias históricas, y al servicio del ideario marxista. Esto hará de él un eslabón clave en la cadena que iría desde la precinematografía hasta las propuestas actuales de teatro documental y político, en el que se empezarán a vislumbrar una serie de características —especialmente a partir del montaje Hoppla, Wir Leben! [¡Alehop, estamos vivos!] (Ernst Toller, 1927)— que marcarán indefectiblemente la interacción entre la escena y las pantallas.
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