Pere Freixa Font, Mar Redondo i Arolas
El 1 de mayo de 2020, Sarah Elizabeth Lewis se preguntaba, desde las páginas del New York Times, dónde estaban las fotos de las personas muriendo de COVID-19, las imágenes de las víctimas reales de la pandemia (Lewis, 2020). Reclamaba poder ver imágenes capaces de generar respuestas empáticas en la audiencia. Defendía el potencial transformador de ese tipo de imágenes, como demuestra sobradamente el legado que los fotógrafos documentales y de prensa nos ha brindado desde que empezaron a testimoniar conflictos, guerras y catástrofes. Sin embargo, la publicación en los medios de comunicación de imágenes en las que se puedan reconocer a personas enfermas, moribundas o muertas se ha convertido en un hecho cada vez más excepcional, sobre todo si de nuestros muertos o moribundos se trata. Durante las primeras semanas de la crisis del coronavirus medios de comunicación, agencias de noticias y fotógrafos freelance intentaron captar imágenes capaces de mostrar la magnitud de la pandemia como solamente la fotografía sabe hacer: de forma sintética, universal, incorporando todos aquellos elementos que transforman una imagen singular en icónica, fotografías que con el paso de los años se convierten en símbolo de un momento, de un acontecimiento o conflicto. El 3 de junio David Ramos, fotógrafo de la agencia Getty Images fue al Hospital del Mar, en Barcelona, para fotografiar el momento en el que el equipo médico del centro acompañaba a Isidre Correa, un enfermo de la COVID-19 que llevaba más de cincuenta días en la UCI, a ver el mar. La imagen dio la vuelta al mundo inmediatamente. ¿Por qué esta fotografía funcionó? ¿Qué elementos visuales contiene que la hacen excepcional? En esta comunicación se analiza la persistencia de tropos visuales relacionados con la narración fotográfica de catástrofes así como sus actualizaciones iconográficas.
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