Desde que lleva barba, una barba blanca, patriarcal, rizada, haciendo juego con la cabellera, Luis Berlanga se ha quitado siglos de encima. Y resulta fácil imaginarlo en los aledaños bíblicos o en la corte de los Dux, en la Venecia de Casanova. Luis ha alcanzado una rara plenitud como persona y como creador cinematográfico.
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