Llueve en Londres. Mario Vargas Llosa nos espera en la puerta de su apartamento, un edificio de corte moderno rodeado de casitas victorianas situado en el suroeste de la ciudad, muy cerca de los famosos almacenes Harrod's. Con una franca sonrisa, quizá el rasgo más destacado de un rostro extraordinariamente expresivo, el novelista peruano nos introduce en un amplio y luminoso salón en el que, por encima de todo, destacan una estantería plagada de libros "muy pocos, comparado con los que tengo en Lima", y un escritorio cubierto de cuartillas y carpetas perfectamente ordenadas alrededor de un busto de Balzac. Aquí escribe Mario todos los días "desde primeras horas de la mañana hasta las dos de la tarde". Mientras deja de llover y un tímido sol primaveral lucha por abrirse camino entre las tupidas nubes, Vargas Llosa, con gesto distendido y amable, se dispone a iniciar una conversación que durará toda la tarde.
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