El autor revisa las principales tesis sobre el origen de los sistemas gnósticos sin inclinarse definitivamente por una, pero dejando en claro que dichos sistemas se apartan decididamente tanto del judaísmo como del cristianismo. Dice que, aunque el debate sobre el gnosticismo en el Nuevo Testamento se ha centrado en el corpus joánico, las cartas de Pablo merecen la prioridad debido a su antigüedad.
En ellas analiza lo que se refiere a los arjontes y al demiurgo, centrándose primero en la utilización de las palabras tronos, señoríos, autoridades, principados y potestades, relacionándolos luego con los elementos del mundo y posteriormente con los mitos de que se habla en las cartas pastorales. Su conclusión es que Pablo no es del todo coherente ni uniforme, lo que demuestra precisamente que no se enfrentó con un sistema claramente definido y que, por tanto, no se puede hablar de protognosticismo en su época, aunque haya elementos pregnósticos, es decir, que luego evolucionaron en las corrientes gnósticas del siglo II.
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