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Resumen de Marionetas exóticas: La Dépêche Africaine, 15 de octubre, 1928

Jane Nardal

  • El creol que ha residido en Francia puede darse cuenta fácilmente de la potencia evocativa que poseen ciertas palabras. Allí te enteras o percibes que eres “exótico”, despiertas un vivo interés, preguntas absurdas, los sueños y pesares de aquellos que nunca han viajado: “¡Ah! ¡Las islas doradas! ¡Los países maravillosos! ¡Con sus felices, ingenuos, despreocupados habitantes!”. En vano te esforzarás por destruir muchas leyendas, no te creerán, aunque te reproches por intentar desmantelar esas ilusiones profundamente arraigadas en el espíritu francés y caídas desde la literatura a la esfera pública.

    Como Léon Werth cuando escribe en Danses, Danseurs et Dancings: “Entonces fue que vi a la mujer negra. Creo que ella estaba adornada primero que todo por una poesía libresca. Quizás ella fue la primera negra literaria, princesa y sultana. Las novelas de islas y los cuentos de Las mil y una noches. Pero no es mi culpa si esa gracia flexible ha pasado a ser parte de la literatura o más bien si ella se convirtió en una suerte de poesía sexual, innata en nosotros”.

    Deberíamos tener el coraje para despojarnos del prestigio que nos confiere la literatura exótica y chocar, como modernistas, sobre el decorado pasado, el rococó de las hamacas, palmeras, bosques vírgenes, etc.

    Qué decepción para quien evoca princesas exóticas en tu honor, si fueras a decirle que, como toda pequeñoburguesa francesa, estás en París continuando los estudios que comenzaste allá, en los trópicos, durante la secundaria. No, los derechos de la imaginación no prescriben, te resignas a usurpar ese rol, a ser alguien que viene de esas tierras lejanas donde todo es vibrante y ardiente: el aire, los corazones, los cuerpos.


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