La aparición de los Concilios eclesiásticos provinciales se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, cuando la expansión del cristianismo hizo necesaria una organización basada en las provincias del Imperio romano. Desde el Concilio de Nicea, año 325, se les quiso dotar de una periodicidad constante, pero el incumplimiento de ésta ha sido una constante en la historia de la Iglesia. Quizá sea esta la razón que ha llevado a que en el Código de 1983 se suprimiese por primera vez toda referencia a la eriodicidad y se remitiera su convocatoria a la voluntad de la mayor parte de los obispos comprovinciales.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados