Tras los desastres de Trebia y Trasimeno, las tácticas dilatorias de Fabio habían servido a Roma para ganar tiempo, pero Aníbal seguía campando por suelo itálico y la incapacidad para atajar sus depredaciones no hacía sino disminuir el prestigio de la Loba, mientras aumentaban las probabilidades de que comunidades desafectas cambiaran de bando. Había que enfrentarle… y que derrotarle. Para ello, Roma realizó un enorme esfuerzo y reclutó cuatro nuevas legiones para sumarlas a las otras cuatro que habían combatido con Fabio. Era la primera vez en la historia de Roma en que se reunían ocho legiones –a las que habría que sumar otras tantas de latinos e itálicos–, 80 000 infantes y 6000 jinetes.
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