Las ciudades se enfrentan a un desafío histórico. Hasta ayer, toda urbe imaginaba como condición de su futuro una expansión constante, en una suerte de carrera sin fin y sin sentido hacía el infinito. Crecer era el único mecanismo válido para prosperar: unos para acumular riqueza, otros para redistribuirla. La sola idea de limitar y detener esta progresión al vacío, venía a ser considerada una aberración.
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