En los corrillos de las instituciones asociacionistas deportivas de Uruguay cada vez se escuchan con más frecuencia expresiones tales como "consumidor" o "cliente" (en lugar de 'asociado'), "balance de Caja" (en sustitución de 'patrimonio económico'), "sondeo de marketing" (por 'compulsa social'), "actividades rentables" (por 'actividades familiares'), "representante de servicio" o "ejecutivo de cuenta" (en lugar de 'funcionario'), "producto deportivo" (en vez de 'actividad deportiva'), etc.
¿Es posible asimilar esas instituciones asociacionistas tradicionales a meras empresas capitalistas, con todos sus aspectos positivos y negativos? ¿Resultan extrapolables los análisis de esas empresas, que sobreviven en un mercado de libre competencia, hacia los grupos asociacionistas más afines a la identidad de los colectivos y a mercados finitos? El objetivo principal de este texto es analizar los límites que tienen las agrupaciones deportivas asociacionistas uruguayas de principios de siglo XX para expandirse según el modelo de empresa capitalista aplicable del siglo XXI. A pesar de la utilización recurrente de la jerga mercadotecnicista, el sustrato es diferente en ambas empresas: lo que para la capitalista es un bien sustituible y comercializable (la materia prima) en la asociacionista es un elemento insustituible y difícilmente comercializable (el ser humano).
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