Mientras que en las ciudades se vivía el des-comunal movimiento que implican las horas previas a la noche buena, aquel 24 de diciembre de 2013, unas 2.500 personas de distintas latitudes del mundo nos sumergíamos en lo que sería una maravillosa experiencia: la escuelita zapatista. Era la segunda versión del primer grado de esta escuelita, la cual lleva el nombre de: “La libertad según l@s Zapatistas”. Durante seis días nos convertimos en estudiantes, estudiantas y estudiantoas ”’como ellos nos denominaron”’ para aprender de los hombres y las mujeres de carne y hueso que, desde la lucha cotidiana, construyen el zapatismo en Chiapas, al sur de México. No era una escuela tradicional, a las que solemos estar acostumbrados, no nos querían contar su experiencia, nos la querían mostrar, querían que la viviéramos así sea por pocos días. Nos dijeron: “nosotras y nosotros somos de pocas palabras, pero van a poder ver lo que hacemos en la práctica”, y así fue. No fuimos a tomar clases magistrales, nos quedamos con familias zapatistas, convivimos, conversamos, trabajamos, bailamos y aprendimos en su vida diaria de comunidad. Veinte años después del levantamiento zapatista, lo que estas mujeres y hombres nos querían revelar era que la posibilidad de haber resistido y luchado durante todo este tiempo se sustentaba fundamentalmente en sus formas comunitarias y autodeterminativas de concebir y reproducir la vida.
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