Béatrice Fleury, Jacques Walter
La adecuación del pasado con fines memoriales no es un procedimiento reciente (Assmann, 1993). Ya desde la Antigüedad, un conjunto de actividades inscribía el recuerdo en una continuidad capaz de dar a la Historia un sentido acorde a los imaginarios sociales y políticos de la época. Sin embargo, y sin desestimar esa anterioridad, se observa hoy un uso público –incluso una instrumentalización– del pasado reciente o remoto que es preciso interrogar. A lo largo del siglo XX, y en este principio de siglo XXI, la memoria ha sido y sigue siendo un dilema para la sociedad y/o un motivo de enfrentamientos. ¿Por qué razones? Un remite al hecho de que las crisis y las violencias extremas de décadas pasadas llevaron tanto a individuos como a colectivos a narrar los dramas vividos, solicitando con ese fin los medios a disposición, entre ellos los medios de comunicación. A través del relato de un momento contingente del pasado, hubo testigos que se esforzaron por comunicar a una o a varias personas el recuerdo de hechos relevantes, transformando una experiencia específica en un acto ejemplar que pudo, en determinadas circunstancias y por motivos diversos, quedar expuesto a desacuerdos. Y es que de ese movimiento que consiste en reunir lo que, de hecho, está separado (la Historia y la memoria), pueden surgir interpretaciones divergentes que dan cuenta de la fragilidad estructural de la rememoración.
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