Hace un par de años, en el número 119 de Archivamos, recordarán nuestros lectores que quien escribe ya dedicó un artículo a la maravillosa ciencia de la biocodicología. Entonces, nos ocupábamos de explicar cómo los imparables avances de la Ciencia estaban permitiendo realizar una novedosa metalectura del libro y del documento antiguo a través del estudio de los rastros biológicos que habían sobrevivido al olvido intrincados en sus materiales. Hoy vamos un poco más allá y venimos a relatarles una segunda entrega de aquel texto, y les prevengo: quizá no sea tan amable como aquella, porque la de hoy está manchada de sangre y misterio
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