El respeto se puede considerar como el cuidado que requiere la dignidad para que adquiera su condición funcional. Este cuidado necesita presupuestos axiológicos vinculados con la forma de mirar, y por tanto de estratificar lo valioso, para de este modo relacionarnos sentimental y afectivamente bien con la ficción ética de la dignidad. El respeto se erige así en conciencia asentada en conducta de que cualquier persona posee un patrimonio de valor positivo en una cantidad como mínimo idéntica a la que solicitamos para nuestra persona. El respeto se eleva a instrumento ético y político como acción por la que la dignidad se hace rectora del comportamiento humano.
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