Toda vida humana sometida al tiempo reviste un futuro. Anhelos, de-seos, sueños y pulsiones forman parte de ese proyecto. No sólo las personas en lo concreto, sino también pueblos, países y naciones son sujetos que vislumbran de alguna manera esa proyección. El futuro histórico, sin embargo, no se basa en algo solamente ideal, como un plan, un deseo o una utopía. Para que tenga consistencia y sea realizable, el futuro tiene que pasar por el presente. Sólo así puede hablarse de un futuro como vocación y destino y como conjugación de éste con la libertad. Las Américas no son la excepción.
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