Javier de Burgos vivió en una de las etapas más dramáticas de la historia de España. Sus convicciones ilustradas y su actitud antirrevolucionaria, pero reformista, le impulsaron a preferir al rey José Bonaparte que a la Junta Central y las Cortes de Cádiz. Sus ilusas esperanzas en las intenciones reformistas de Napoleón supusieron para él y todos los josefinos una amarga decepción. Pero eso no les llevó a cejar en sus planes de reforma. Con pragmatismo y tenacidad trataron de persuadir del proyecto de un Estado administrativo y fiscal racionalizado tanto a los doceañistas como a los absolutistas. Finalmente, con la Constitución de 1845, verían realizados sus planes tanto de reforma administrativa como constitucional.
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