El análisis de los oprobios animalescos con que se tildó al esclavo negroafricano en los siglos XVI y XVII desvela una singular política de etiquetaje social y otredad basada en la racialización, la corporalización y la animalización/bestialización como subhumano, inferior, la antítesis del hombre blanco, europeo, cristiano, civilizado. Sin embargo, la frecuente asimilación a animales cercanos, como el perro, sugiere que, a diferencia de los salvajes que vivían indómitos en África, el negro esclavizado fue incluido en categorías españolizadas, asimilado al otro bruto y rústico, pero cercano (como el pastor o el criado), más ridículo que peligroso, lo que supone un interesante proceso de desafricanización.
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