En este capítulo se tratan de combinar los enfoques histórico y geográfico en torno a lo que se han denominado las "geografías turísticas" del primer franquismo. La España de posguerra no acostumbra a ser considerada como un contexto propicio para la actividad turística. Por sus características, este periodo inmediato al final de la Guerra Civil y de inicios del franquismo no ha alcanzado hasta muy recientemente el interés de los investigadores dedicados al tema turístico, al entender que se trataba de una etapa vacía o de interrupción de la actividad. No obstante, ello dista bastante de la realidad. Es decir, también hubo turismo en la España de los años cuarenta como lo hubo incluso durante la propia Guerra Civil, aunque con unas características singulares y unas limitaciones considerables. En este sentido, no debe desestimarse el rápido interés que destacados miembros del sistema franquista, como Luis Bolín, manifestaron desde un primer momento por las oportunidades propagandísticas y para la obtención de divisas generadas por el turismo internacional. La figura de Bolín determinó la distribución espacial de las intervenciones de la Dirección General de Turismo (DGT). Ello representó, en cierta medida, una estrategia territorial para poner en valor determinados lugares con cualidades patrimoniales y simbólicas. Los distintos enclaves sirvieron para crear y difundir la imagen de España que se quería dar, mediante una selección de recursos culturales y naturales convertidos en emblema representativo, no solo del país, sino sobre todo del régimen franquista.
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