A punto de cumplir los 90, Jean-Jacques Sempé, que tantas sonrisas nos había arrancado, ha decidido darnos un disgusto y morirse. La vida de los genios nunca nos parece lo suficientemente larga y reclamamos para ellos, egoístamente, la eternidad que no querríamos para nosotros. El autor del inolvidable Petit Nicolas se había pasado las últimas décadas contemplando en el espejo, quizá con incredulidad, el rostro de un clásico vivo del arte gráfico. Aunque se reivindicaba siempre, sin un ápice de impostura, como un dibujante esforzado, pero con muchas limitaciones, sus ilustraciones forman parte indispensable de nuestro patrimonio visual. Su trazo sinuoso, valiente y siempre tocado por la sensibilidad, refuta esa percepción de sus propias habilidades. Sus creaciones, abarrotadas o minimalistas, retrataban al ser humano con toda su fragilidad, sus contradicciones y sus pequeñas grandezas. Se nos ha ido el gran notario de la ternura.
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