El debate sobre el cambio climático está cada vez más conformado por una emoción: el miedo. El alarmismo no guarda proporción con la magnitud del problema. Es un problema manejable. Una percepción pública distorsionada está haciendo que descuidemos otros retos, desde las pandemias hasta la escasez de alimentos y los conflictos políticos. Si no lo detenemos, el falso alarmismo acabará empeorando el mundo.
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