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Modelo predictivo para luchar contra el oídio de la vid: El Proyecto OIVINA

  • Autores: Félix Cibriain Sabalza, Jesús Astrain Zaratiegui, Aitziber Larrea Reta, Raúl Moreno Virto, Iñaki Mendioroz Casallo, Diego Polo Benito, Juan García del Moral Díaz de Cerio
  • Localización: Navarra agraria, ISSN 0214-6401, Nº 252, 2022, págs. 43-46
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • A partir de 1845, cuando el jardinero de Tuker lo descubrió en las estufas o invernaderos de Margate (Inglaterra), el oídio adquirió extraordinaria proporción y difusión, llevando en pocos años la desolación a todo el viñedo europeo. Se trata sin duda de la enfermedad parasitaria endémica que desde su llegada a Europa mayor impacto económico produce en el ámbito de la viticultura.

      Por lo que a España se refiere, parece que en 1850 se advirtieron los primeros focos. En Navarra y La Rioja, se sabe que las invasiones de cenicilla o plomo, nominación local con la que se identificaba la nueva enfermedad, entre 1856 y 1864, obligaron a arrancar gran parte del viñedo, constituido en esa época por Mazuelas, Tempranillos, Berués y otras variedades sensibles al mal, que fueron sustituidas mayoritariamente por la Garnacha, cepa mucho más resistente.

      Por tanto, desde la irrupción de la enfermedad hasta la actualidad, el empleo de productos inorgánicos o minerales, a base de azufre en todas sus modalidades, a los que posteriormente en 1915, se irían añadiendo el permanganato potásico, las lechadas de cal, extractos de tomillo y polisulfuros, etc., van a ser los remedios utilizados por el agricultor hasta la irrupción de los productos orgánicos de síntesis, en los años 70-80 del pasado siglo, que se han venido utilizando hasta la actualidad.

      A partir de enero de 2014, por el Real Decreto 1311/2012, en todos los estados miembros de la Unión Europea, queda establecida la obligatoriedad de implementar programas de Gestión Integrada de Plagas (GIP), que conlleva la reducción del uso de fitosanitarios y la búsqueda de alternativas a los mismos.

      La gestión integrada de plagas (GIP) propugna la prioridad de adopción de ciertas medidas culturales encaminadas a la mitigación del uso de fitosanitarios como son, entre otros, la reducción de volúmenes de aplicación y sus derivas, aplicación de dosis de “fitos” por hectárea en función de la densidad vegetativa y la modelización del ciclo del oídio en las condiciones particulares de la comarca en cuestión.


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