Por más de 40 años, el debate Hart-Dworkin ha dominado la filosofía del derecho. El debate parte de la premisa de que nuestras prácticas jurídicas generan derechos y obligaciones que son distintivamente jurídicos, y la pregunta en cuestión es cómo se determina el contenido de estos derechos y obligaciones. Los positivitas estipulan que su contenido está determinado en última instancia o exclusivamente por hechos sociales. Los antipositivistas afirman que los hechos morales deben desempeñar un papel en la determinación de su contenido. En este artículo, argumento que el debate se funda en un error. Nuestras prácticas jurídicas no generan derechos y obligaciones que sean distintivamente jurídicos. En el mejor de los casos, generan derechos y obligaciones morales, algunos de los cuales etiquetamos como jurídicos. Defiendo este punto de vista estableciendo analogías con otras prácticas normativas, como hacer promesas, publicar reglas y participar en juegos. Además, trato de explicar por qué parece que las prácticas jurídicas generan derechos y obligaciones distintivamente jurídicos, aunque no lo hagan. Concluyo con algunas reflexiones sobre las preguntas que la filosofía del derecho debería abordar despúes de superar el debate Hart-Dworkin.
For more than forty years, jurisprudence has been dominated by the Hart- Dworkin debate. The debate starts from the premise that our legal practices generate rights and obligations that are distinctively legal, and the question at issue is how the content of these rights and obligations is determined. Positivists say that their content is determined ultimately or exclusively by social facts. Anti-positivists say that moral facts must play a part in determining their content. In this essay, I argue that the debate rests on a mistake. Our legal practices do not generate rights and obligations that are distinctively legal. At best, they generate moral rights and obligations, some of which we label legal. I defend this view by drawing analogies with other normative practices, like making promises, posting rules, and playing games. And I try to explain why it looks like legal practices generate distinctively legal rights and obligations even though they do not. I conclude with some thoughts about the questions that jurisprudence should pursue in the wake of the Hart-Dworkin debate.
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