El gobernante medieval es el autor de la Historia. Él la dicta -la corrige y rehace a su antojo- y silencia cuantas voces se elevan en defensa de los más elementales derechos de una sociedad anclada a un sistema soberano y teocrático. Eclesiásticos y nobles aparecen, así, investidos de unos derechos incuestionables y legítimos que les permiten erigirse en dueños de las ignaras conciencias que gobiernan y "protegen" mediante edictos, decretos y pragmáticas.
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