Comparada con la Pacificación de la Araucanía y la Conquista del Desierto, la colonización de la Tierra del Fuego, otro sangriento episodio de despojo territorial iniciado en 1884, se distingue en al menos tres aspectos. En los dos primeros casos el Estado dirigió campañas militares para la procuración de nueva tierra; en el segundo, ya considerándola propia (Tratado de Límites de 1881), simplemente otorgó concesiones al capital ganadero, trasfiriéndole de paso la erradicación de la barbarie que la habitaba. Si allí los ejércitos abrieron paso a la ganadería, aquí se trató apenas de contingentes policiales, tímidas encarnaciones del Estado, que asistieron a los estancieros en la expansión de sus ovejas. Por otra parte, si la violencia de la Pacificación y la Conquista interrumpe una larga historia de relaciones políticas entre vencedores y vencidos, en Tierra del Fuego los gobiernos inauguran, en torno a estos emprendimientos privados, la vida civil. En el primer caso, el precio de la derrota convirtió a los vencidos en "indios"; en el segundo, ante el vacío político prefigurado, hubo que producir la barbarie antes de acabar con ella. El texto que sigue abordará los mecanismos de esta producción y ofrece antecedentes sobre la formación del poder civil en Tierra del Fuego.
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