Aquel historiador intergaláctico fabulado por Eric Hobsbawm había concluido, luego de una somera investigación, que “los últimos dos siglos de la historia humana del planeta Tierra son incomprensibles si no se entiende un poco el término ‘nación’ y el vocabulario que de él se deriva”. A pesar de reconocer su importancia, la “cuestión nacional” permanece aún hoy como un tema árido, incómodo, tanto para sus teóricos como para los historiadores. Por lo pronto, miles de millones de individuos continúan clasificándose en grupos “nacionales”, sin que todavía se haya descubierto un criterio objetivo o subjetivo satisfactorio para caracterizar y diferenciar a cada uno de estos agrupamientos. Ni la más férrea autoridad de Stalin pudo imponer aquella definición que rezaba que una nación era “una comunidad estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”.
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