Spinoza inicia su última obra, el Tratado político, ironizando sobre las elucubraciones socio-jurídicas de aquellos que se proclaman maestros de la humanidad: los filósofos. Constata que “nadie es menos idóneo para gobernar el Estado” y proporciona las razones de esa exclusión: en la medida en que “han aprendido a alabar, de diversas formas, una naturaleza humana que no existe en parte alguna y a vituperar con sus dichos la que realmente existe”; nunca han sido capaces, a diferencia de lo que sucede con los políticos, cuyas acciones se basan en la experiencia, de idear “una política que pueda llevarse a la práctica.”5 La irrealizabilidad de sus modelos de sociabilidad, de Estado y de gobierno descansa, por consiguiente, en su ignorancia del hombre y de la naturaleza y su fracaso práctico es la consecuencia de su desarraigo y confusión teóricos.
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